sábado, 11 de diciembre de 2010

Costa Rica y Nicaragua:
El conflicto, el enojo y la derrota

Tatiana Herrera Ávila
por Los DefraGmentados


Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo.
Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto,
en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo
correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
Aristóteles. Ética a Nicómano.

La sabiduría popular es sumamente valiosa, pues nos enseña a todos, más allá de la educación formal que hayamos recibido, sobre los aspectos morales dominantes en nuestra sociedad. En otras palabras, nos ayuda a comprender cuál debe ser nuestro comportamiento en diversas situaciones.

Sobre el tema del enojo hay muchas posturas, pero hoy quiero privilegiar aquel refrán que dice: “el que se enoja pierde” para tratar el conflicto con Nicaragua. Vamos por partes.

Ciertamente, el gobierno de Ortega no se caracteriza por ser el más diplomático, ni el más justo, ni siquiera con su pueblo, y de esto hay múltiples pruebas, para muestra un botón: Gioconda Belli: “Nicaragua: de revolución a farsa” (El país). También, resulta innegable que dicho gobierno ha optado por agredir a Costa Rica (el nivel y la importancia que se le dé a tal acto varía, pero “no se puede tapar el sol con un dedo”: ingresó a territorio costarricense y esa es la cuestión).

Ante eso, la primera reacción tica era lógica: enojo, mucho enojo y necesidad de defenderse. Sin embargo, y como bien sabían quienes vivieron la hora de nuestra independencia, siempre hay que esperar a que se aclaren los nublados del día, porque no se puede pensar bien con la cabeza caliente.

Se ha suscitado a raíz de esto, una reflexión que tal vez era momento de que Costa Rica hiciera: somos un país sin ejército... ¿Y eso qué significa? Las preguntas son muchas y van en todas direcciones: ¿Es bueno no poseer ejército ante una agresión? ¿Estamos desprotegidos y somos débiles por no tener fuerzas armadas? ¿Creemos en la paz solo mientras nadie nos agrede? ¿Es posible ser pacifista en un mundo donde la guerra es la norma? ¿Queremos seguir siendo una excepción desde donde le demostramos al mundo que hay otros caminos o caemos derrotados por la mayoría belicista? Estos y otros cuestionamientos por el estilo han surgido, sobre todo en los que creemos que, antes de actuar impulsivamente, debemos siempre pensar en las acciones por seguir y en las posibles consecuencias.

De igual forma, las respuestas han sido múltiples, y todas indudablemente con una cuota de razón. Si el asunto fuera sencillo y hubiera solo una respuesta clara, la discusión no sería necesaria.

Para responder, pienso que hace falta mirar a grandes tradiciones que nos han dado la luz moralmente una y otra vez. Así, como iniciaba este pequeño artículo, la sabiduría popular nos dice: “el que se enoja pierde”. ¿Qué significa esto? Que en un conflicto o en un enfrentamiento el que se enoja queda imposibilitado de ganar, porque el enojo impide que tenga claridad para tomar las mejores decisiones. Y es que el enojo generalmente nos lleva a la violencia y esta, como sabemos, nunca nos lleva a buen término. La sabiduría popular también señala: la violencia solo genera más violencia.

Hablemos de un escenario hipotético. Costa Rica decide defenderse por las armas, sea con un ejército “amigo” (que nunca falta ese que quiere ayudar aparentemente sin interés alguno) o con un ejército propio. Rompe así su tradicional postura pacifista, tan admirada internacionalmente. ¿Quién gana y quién pierde?

La pregunta, creo, sobra pues en una guerra pierden todos, especialmente si se mide el asunto desde una perspectiva humana. A veces, ganan los que hacen de la guerra un negocio (con la venta de armas y demás), pero me resisto a creer que en nuestro país haya gente de esa estirpe.

Pero, más aún, además de perder vidas humanas, Costa Rica estaría renunciando (más allá del resultado de la guerra) a una imagen internacional que tiene sesenta y dos años de estarse construyendo. Una imagen que le ha posibilitado no solo altura moral hasta para hacer de mediadora en conflictos internacionales, una imagen que logró sostener aún rodeada de guerra, por ejemplo, en los años ochenta.

Me parece comprensible, aunque doloroso, que la gente, enojada, quiera ir a “volar bala” como he escuchado a muchos expresarse. Nada más natural que querer defenderse, pero ante lo natural, debe aparecer la razón pues la razón nos ayuda a ponderar las consecuencias de nuestros actos.

A mí me gusta vivir en un país sin ejército, saber que toda la plata que otros gastan en su estructura militar, en Costa Rica se utiliza para invertir en educación y salud. A mi me gusta irme a la cama sin temor a que me despierten bombas porque entramos en guerra. A mí me gusta saber que nuestra juventud no se verá desperdiciada en una guerra. A mí me gusta saber que hemos apostado a un camino distinto al de la guerra, y eso nos ha hecho mejores. Y por eso pienso que “el que se enoja pierde”, y que antes de enojarnos y enfrascarnos en la guerra con Nicaragua, pensemos en esa sociedad mejor que hemos sido gracias a la genial idea de no tener ejército, y no olvidemos que “hablando se entiende la gente”.

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